Que te ibas, dijiste. Con una copa en la mano y cinco más camino del estómago. Cómo te iba a creer cuando dijiste, con los ojos rojos por el alcohol o por la luz o por los celos de mis ojos.
Pero te fuiste, claro que te fuiste. Dejaste incluso el abrigo. La embriaguez del tinto y del olor de su sexo te mantenían caliente, así que olvidaste el frío y me olvidaste a mí, tirada sobre la barra, junto a tu copa, junto a tu chaqueta de piel, junto a la herida del cristal de las lágrimas de vino que se derramaron con el primer golpe. Vino o sangre. Sólo sé que no dolió. Sólo sé que sonó un acorde y dos palmas sobre un cajón.
No pedí ayuda para levantarme, aunque me costó media canción. El camarero me negó el último trago y no pude enfadarme con él, porque todo mi odio era para ti, para la furcia del mantón y para su olor a juventud. Me volviste tan loca que bailé, me arranqué a bailar como se baila un tango. Arrebatada, dolida, muerta de amor.
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Me jode confesarlo
ResponderEliminarpero la vida es también un bandoneón
hay quien sostiene que lo toca dios
pero yo estoy seguro que es troilo
ya que dios apenas toca el arpa
y mal
fuere quien fuere lo cierto es
que nos estira en un solo ademán purísimo
y luego nos reduce de a poco a casi nada
y claro nos arranca confesiones
quejas que son clamores
vértebras de alegría
esperanzas que vuelven
como los hijos pródigos
y sobre todo como los estribillos
me jode confesarlo
porque lo cierto es que hoy en día
pocos
quieren ser tango
la natural tendencia
es a ser rumba o mambo o chachachá
o merengue o bolero o tal vez casino
en último caso valsecito o milonga
pasodoble jamás
pero cuando dios o pichuco o quien sea
toma entre sus manos la vida bandoneón
y le sugiere que llore o regocije
uno siente el tremendo decoro de ser tango
y se deja cantar y ni se acuerda
que allá espera
el estuche.
Mario Benedetti
La verdad es que una vez más consigues llegar a tocar la fibra. Chapeau