8.3.10

Casualidad vS Causalidad

Los dados fueron lanzados sin piedad sobre el tapete, y las diminutas bolitas negras reflejaron la luz de los focos y las intrigadas y ansiosas miradas de los insípidos jugadores.


No tenían ni idea de lo que esos dados significaban, de lo que Marya se jugaba. Esos estúpidos ingenuos no podían ni imaginar lo que esa jugada suponía para la mujer, no sabían hasta qué punto dependía de ella su vida. Para ellos, era sólo cuestión de dinero; para Marya, la diferencia entre la vida y la muerte.


Los dados tamborilearon con sordo sonido sobre el mármol, y también se sucedieron los gritos y quejas al crupier por haberlos lanzado con tanta fuerza, por haber hecho que desaparecieran de la suave tela verde que todos miraban con expectación.


-Idiotas... -pensó Marya- Chillan como cerdos y ni siquiera son capaces de arriesgarse a lanzarlos...


Ella, por el contrario, se mostró absolutamente tranquila. Recogió uno de los dados y se lo entregó al crupier, quien, murmurando una disculpa, lo recogió, lo agitó y lo volvió a lanzar junto con el otro.


Los dados en el aire, los gritos ensordecedores de los adictos jugadores, el ruido de una copa de alcohol al caerse... Y el azar.


Aún resonaba aquella promesa en la cabeza de Marya:

"Pares, vives; impares, mueres".


Cuando los cubículos alcanzaron, finalmente, el tapete, ella contuvo la respiración. Uno de los dados mostraba un cuatro; el otro, continuaba girando, cada vez más lentamente... Todo dependía de aquello.


Se detuvo, dejando a la vista un seis, y Marya permaneció impasible, todavía incrédula.


Iba a vivir.


El suspiro que lanzó dejó pasmados incluso a los exaltados mirones, quienes esperaban un grito de alegría, pero ella no se dio ni cuenta. Iba a vivir, iba a vivir... Eso era todo lo que podía repetirse a sí misma en ese momento.


Durante esos instantes, que le parecieron eternos, Marya fue feliz.


Recogió el dinero ganado con la jugada, que para ella nada significaba, e insistió en invitar a los presentes a una ronda. Y a otra, y a otra...


El whisky le permitió, incluso, olvidar aquella estúpida promesa que se había hecho como castigo a su adicción por el juego. Consideró que, si la casualidad había decidido que no debía morir en ese momento, ya no había ningún motivo para dejar el juego.


Y, entre copa y copa, pasó la noche.


***


-Marya Merkins, sesenta y tres años. Causa de la muerte, coma etílico.


Jamás volvería a lanzar los dados.

1 comentario:

  1. Que bueno, lo del "Causa de la muerte: coma etílico". Lo que se suele decir, la muerte está segura de su triunfo. ;)

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